¿Imaginas un viaje a las profundas arenas del Sahel, donde el sol abrasa la tierra y el viento susurra historias ancestrales?
Tras el fin de la época de lluvias, en las llanuras salinas próximas a InGall, los pueblos wodaabe y tuareg se reúnen, tras meses de nomadeo por un mar de arena, para celebrar dos multitudinarios festivales: El Curé Salée y el Gerewol.
Estas grandes citas proporcionan al ganado, su principal fuente de riqueza, las sales necesarias para su subsistencia, pero, además, constituyen la excusa perfecta para socializar, hacer negocios y compartir noticias. Y, sobre todo, para concertar matrimonios.
En el Curé Salée y bajo el abrazo del cielo infinito, ambos pueblos conmemoran el final de las lluvias y el renacer de los pastos antes de la vuelta a la trashumancia.
A Francisco Castrejana no le gusta poner número a los países que ha visitado. Algunos, como Mali, Papúa Nueva Guinea o Etiopía, tienen un lugar preferido en su corazón viajero aunque, casi todos, han dejado una estela que guarda con celo en su colección de fotografías. Francisco viaja para conocer culturas recónditas, culturas frágiles, como la de los bosquimanos en Angola afectados en su forma de vida por el cambio climático y ya en peligro. Por eso, cámara en ristre, trata de acceder a lugares que aún no conocen el turismo, en los que, como en Níger, salir de una ciudad supone ir escoltado de militares o, como en Sudán, trazar carreteras invisibles en el desierto.
Con la cámara adelanta su mirada, pide permiso sin hablar y tramita el respeto necesario con sus infinitos clics, como si tuviera alma y prisa. Prisa por recoger las tradiciones, los ritos, los encuentros nómadas… que se pierden. Alma, como las de los wodaabe, los karo, los kalam, los… pueblos que, cuando posan, le prestan, en ese segundo, toda la dignidad de sus culturas.
